martes, 27 de octubre de 2009

… Y, viene subiendo desde el Sur

Por Carlos Maldonado

El pensamiento conservador, al que comúnmente se le denomina de “derecha” y se viste de “blanco” (color históricamente aceptado por sus seguidores, desde los “mencheviques” hasta los que últimamente se reunieron en la Plaza Italia por la trama Rosenberg y los que frente al palacio en Tegucigalpa apoyan a Micheletti), se nutre de la ignorancia, de la mentira y del terror, ejercido, por supuesto, por un grupúsculo de poderosos contra los que ellos consideran sus adláteres: las grandes mayorías pobres e ignorantes.
Más cómodamente instalados que “brillantes”, tienen la certeza de que si esos inferiores, llegasen a gozar de lo que ellos gozan, no solo perderían sus privilegios, sino que esos inferiores –y más por ellos su preocupación-, la tutela desinteresada que ejercen los de su clase sobre estos “pequeñitos” que no sabrían que hacer con su nueva condición de libres.
El pensamiento revolucionario, al que usualmente se le equipara con “izquierda”, y se identifica históricamente con el rojo, aunque alguna columnista alerte histéricamente a los lectores para ponerle “ojo” al “rojo” como si esto fuera el color de diablo -aunque así lo han de estimar estos por ese cariz supersticioso en que se basan la mayoría de sus juicios- trata de combatir esos elementos. Si es para con la ignorancia, trata que, ya sea en lo personal o en lo colectivo, todos podamos conocer los aspectos, desde los más sencillos como por ejemplo, el leer y escribir, hasta los más oscuros, como despojarnos del velo de las supersticiones que cubre nuestros ojos y que afincadas en la religión y el fanatismo, no dejan de ser “absurdas” a pesar de surcar los inventos humanos en estos últimos tiempos, el mismo cosmos. Si es contra la mentira, el pensamiento de izquierda, estimula la investigación autodidacta o dirigida para abrir la mente a la verdad continua que se alimenta de experiencias ajenas basadas en la continuidad y generalidad de una repetición más o menos uniforme al que se llama “ley” pero no por ello inconmovible o eterna. Y, si es contra el terror, éste es combatido, en primera instancia, a través del conocimiento de lo que nos causa miedo. Se abren las puertas a lo desconocido, para luego, entablar diálogo, libre ejercicio de las ideas y tolerancia entre los seres humanos y para con la naturaleza misma. A pesar, de que la historia es riquísima en ejemplos de esta índole, la derecha siempre trata de cerrar las cortinas para evitar que veamos el bello paisaje que hay detrás de los visillos. Trata de imponer su razón sin razón sobre la verdad. Trata de tapar el sol con un dedo, pero cuando éste se vuelve insuficiente, no escatiman en decapitar, quemar en la hoguera, torturar, ahogar –o simularlo-, chantajear, golpear y asesinar.
Lo que pasa en la mancillada Honduras, es más de eso mismo. El pueblo, esa mayoría pobre e ignorante, ha optado por preguntarse por qué no pueden tener un futuro mejor. No lo conocen a ciencia cierta; apenas se abrió una rendija por donde entró a borbotones la esperanza de una vida más digna y feliz y el pueblo quiere ver y experimentarla en carne viva. Por eso, a pesar de sufrir las agresiones de los intolerantes, de los “adoradores” del inmovilismo, quieren deleitarse con el paisaje total. Quieren saber qué es eso de la justicia y la plena participación. Son mujeres y hombres, a quienes se les cayó el velo. Ya no quieren una fincota como país sino una nación pujante y moderna pero solidaria, digna, soberana y colaboradora con sus vecinos. Quieren que sus hijos y sus abuelos vayan a la escuela; que sus mujeres tomen la bandera y sus hombres abracen a sus niños rumbo al dispensario. Se ha vuelto un pueblo explorador, investigador. Un pueblo ambicioso que sueña con dirimir por sí solo sus problemas, desembarazarse de los finqueros y “chafarotes” que los mantienen sumidos en la miseria y la ignorancia. Que todos sus vástagos, entre pesebres y mancebos, vayan juntos sin distingo alguno, a las guarderías y universidades. Nadie quiere quitar a nadie lo suficiente para que pueda vivir feliz y digno. Al contrario, quieren compartir la vida, el pan y la alegría con todos.
No obstante, esa verdad como el sol, saben que no es compartida por los que hoy se niegan a abrazar el futuro. Los que se niegan a abandonar el ancla. Los que defienden esa vetusta fortaleza con la fuerza de las armas y la superchería. Tan aterrorizados están que, a pesar de tener la ilusión de estar fuera y tener en sus manos la vida y la muerte de miles, están presos en su mazmorra mental, desarmados de valor y humanidad.
¿De qué manera hacerles entender a las rémoras que el Imperio y el estado de cosas que defienden, al que se aferran, se cae a pedazos? ¿Cómo decirles que su trono es un trono sin gloria ni porvenir?
¿Cómo señalarles que esos que consideran “bárbaros” ya están dentro? El Imperio ya no tiene razón de ser y al igual que en aquellos viejos tiempos, los libertos son los que reconfiguran ya la nueva forma de hacer y pensar. Esos bárbaros que igual que aquellos llevaron su luz y nuevas verdades. Mientras Europa se fortificó y explotaba en miles de pedazos, los otros pueblos avanzaron en su gloria. Las ideas iban y venían. Y, no fue por los “bárbaros”, sino por los feudales que éstas se frenaron ante las murallas del Viejo Mundo; y, si no hubiera sido por el Renacimiento alimentado desde el sur y el oriente, la anquilosada Europa no hubiera salido del oscurantismo.
Hoy, igual que ayer, es tiempo de Renacimiento. Algunos reinos medievales quedan, pero no serán más que tamo que arrebata el viento ante el avance de las nuevas ideas, que traen, de jinetes a la hermandad y la dignidad, y de estandarte, al socialismo. Y, vienen, igual que ayer, subiendo desde el sur.

* Carlos Maldonado es Coordinador de Comunicación del Frente Popular por la Soberanía, la Dignidad y la Solidaridad. Guatemala.
Rebelión

Los héroes inútiles y las guerras hacia ningún lado

Por Adolfo Pérez Esquivel

¿Cuantos soldados estadounidenses, británicos y de otros países murieron en las guerras contra Afganistán e Iraq? ¿Cuántos más tendrán que morir antes de que terminen las guerras?

Se cuentan los muertos de los países invasores, pero nada se dice de los muertos en los países invadidos y la resistencia de afganos e iraquíes. Se silencian las miles de muertes de mujeres y niños, las poblaciones devastadas por la destrucción y el saqueo de la OTAN del patrimonio de la humanidad y de los recursos de esos países.

Toda la destrucción y muerte se hace en nombre de la “libertad”, de la “democracia”, de liberar a esos países de la dictadura, cuando les conviene. La OTAN es aliada de EE.UU., como lo fue Sadam Hussein, utilizado en la guerra contra Irán.

El Primer Ministro Británico, Gordon Brown, ha rendido honores póstumos a los 221 soldados muertos en la guerra contra Afganistán y se compromete a enviar más soldados. Estados Unidos rinde homenaje a sus soldados caídos en las guerras que matiene en diversas partes del mundo. Las viudas y familiares de los soldados muertos recibirán una medalla, una pensión y el olvido de sus vidas que engrosarán las páginas de los héroes inútiles de las guerras hacia ningún lado. Guerras que sólo sirven para vender armas y potenciar el complejo industrial militar y los intereses hegemónicos del imperio.

Los costes en vidas y la destrucción de otros pueblos no cuentan en la agenda del “debe y haber” del Pentágono, la CIA y el Departamento de Estado, ni en los países de la OTAN, involucrados en el conflicto armado. La complicidad de los monopolios informativos es pavorosa e hipócrita.
En la mitología griega, Sísifo, dios del Olimpo fue castigado por el Dios Supremo, Zeus, y tiene que cargar en sus hombros por toda la eternidad una gran piedra que debe colocar en la cima de la montaña. Una y otra vez Sísifo hace el gran esfuerzo que nunca logra concretar de llegar a la cumbre, y la piedra cae y así en permanente devenir por toda la eternidad vuelve a buscar la piedra al pie de la montaña.

Albert Camus ha retomado el mito de Sísifo a quien llama “el héroe inútil”, en la incesante derrota de sí mismo en su camino existencial. Es la situación del hombre moderno, de los gobernantes y del sistema dominante, que vuelven una y otra vez a repetir las mismas derrotas de la conciencia y los actos inútiles, como si fueran grandes logros de la imbecilidad humana.

En nombre de la libertad se impone el sometimiento de otros pueblos, como ocurre en la franja de Gaza con el pueblo palestino, testigo de los crímenes de guerra de Israel condenados por las Naciones Unidas. Y también en Colombia, con la intervención de los grupos paramilitares, EE.UU e Israel, se cometen crímenes contra el pueblo. Las guerrillas y el narcotráfico generan la incertidumbre, la muerte y suman héroes inútiles a la inutilidad de la violencia social y estructural.

En nombre de la democracia, EE.UU invade, tortura y realiza vuelos clandestinos en diversos países con secuestros y asesinatos contra quienes considera “terroristas”. Justifica el horror y los llamados “daños colaterales”: la muerte de miles de niños, mujeres y población civil.

Nada de esto figura en los medios de comunicación y los noticieros de la BBC y de la CNN, ni en las estadísticas. Los muertos son considerados “no personas”. De eso “no se habla”.

Las muertes de los soldados de EE.UU, Gran Bretaña y los aliados de la OTAN, nada tienen de gesta heroica, sino de rapiña, de destrucción y muerte. Los soldados no saben por qué van a la guerra, simplemente van a matar o morir; les prometen la nacionalidad de EE.UU y lo único que logran es la ciudadanía de la muerte en tierras extrañas. Los supervivientes y mutilados sólo tendrán la mirada del horror y recordarán las muertes de otros jóvenes como ellos, héroes inútiles.

Vietnam se repite. Es hora que el pueblo de EE.UU. despierte, que el presidente Obama, galardonado con el Premio Nobel de la Paz, ponga la “barba en remojo”, pero como no tiene barba debe poner “otras cosas en remojo” y sacudirse el yugo al que está sometido Si llegó al gobierno, que gobierne. Es urgente terminar con las guerras, es necesario que actúe en bien de la humanidad, que pida el apoyo de su pueblo y el mundo, para evitar mayor destrucción y muerte. Es su obligación.

No puede continuar enviando soldados a matar y destruir a otros pueblos; no es justo, es inmoral y atenta contra toda la humanidad. Que no termine siendo otro Sísifo que cargue la piedra del horror, la destrucción y la derrota de EE.UU. que suma guerras perdidas porque no tiene ideales. Las tropas no tienen mística ni causa justa que defender. Y una y otra vez cargará la piedra, cada vez más pesada, que no podrá colocar en la cumbre de la montaña, porque la derrota está en la mente y el corazón de EE.UU. transformado en Sísifo en su incesante devenir de la angustia existencial.

Alai-amlatina

Con las leyes no alcanza...

...es necesaria una revolución semiótica y comunicacional
Argentina y la mediocridad mass media.

Por Fernando Buen Abad Domínguez

A la ya multi-denunciada mediocridad de la producción mass media burguesa en Argentina, se suman los paupérrimos argumentos defensivos de cierta parte de la “clase política” e “intelectual”. Ahora resulta que claman por la “libertad de expresión”, ahora resulta que se desgarran las vestiduras para defender las peores calamidades mediáticas que, con impunidad e impudicia, se exhiben a todas horas. Ahora resulta que las facciones más reaccionarias de vuelven “críticas” y resulta, por colmo, que se dan por ofendidas mientras se exculpan con demagogia democrática para poner a salvo los negocios radioeléctricos de sus amos. Saliva oportunista para defender una de las peores farándulas. Ya anuncian una epopeya legalista de derecha para salir de la “ley de medios” recién promulgada en sustitución de la vieja ley de la dictadura militar. El golpe de estado legalizado -como en Honduras- inspira a la burguesía argentina.

Antes, durante y después de los debates realizados para sustituir el esperpento legaloide heredado por la dictadura militar de Videla, la derecha argentina ha dejado ver con claridad sus dolores y sus planes revanchistas contra una iniciativa democratizadora que, aun con debilidades diversas, implica un cambio inédito y un avance en la vida política de los argentinos. Esa derecha, tensionada por las contradicciones de clase, agudizadas por la crisis capitalista, que agobia a los trabajadores, ha mostrado su desesperación y su impotencia ante una iniciativa democratizadora de los mass media que tiene décadas de vida y que ha sumado las voluntades de muchos frentes y luchas. Esa derecha repite, con mediocridad e ignorancia llamativas, y casi ingenuas, los mismos argumentos con que todas las derechas del continente criminalizan a los movimientos sociales y las iniciativas de los pueblos. Por eso reducen la lucha democratizadora de los mass media a un capricho gubernamental de coyuntura. Por eso les gusta decir que la ley nueva es sólo un desplante totalizador de un gobierno “intransigente”. Por eso les encanta olvidarse de Rodolfo Walsh y les encanta ignorar al aporte de la prensa obrera. Por eso la indiferencia sobre la lucha de todo un continente contra la alienación mediática. Por eso desfilan en sus foros y sus televisoras los intelectuales y políticos reaccionarios más serviles al aplauso burgués. Por eso ofrecen impúdicamente los mejores sofismas que su inteligencia monetaria les permite trepar a la farándula de las amenazas neo nazis. Desvergüenza de verborragias hasta la náusea.

Ganar la Ley no es ganar la batalla

Y aunque la nueva ley ha sido promulgada y se han pronunciado, con razón histórica, festivamente muchos sectores y movimientos que han luchado denodadamente contra los monopolios y las oligarquías mass media en Argentina, es preciso advertir que el paso legal conquistado es sólo eso: un paso. Las tareas democráticas más importantes en comunicación están aun por ser cumplidas. Es preciso impulsar la democratización de las organizaciones de los trabajadores de los medios. Es preciso garantizar la democratización de la enseñanza de la comunicación y luchar contra todos los vicios burocráticos y academicistas que la victiman con impunidad obscena. Es preciso demandar la democratización de los presupuestos y las herramientas para la producción. Es preciso garantizar la participación directa de la clase trabajadora en los medios y garantizar que dispongan de herramientas comunicacionales suficientes. Es preciso integrar una revolución cultural, profunda y creadora, capaz de derrotar el fardo descomunal de vicios y manías a que nos ha acostumbrado la decadencia simbólica burguesa. Es preciso comprender el escenario continental de guerra mediática y entender la relación íntima entre los mass media oligarcas y bases militares en la “Guerra de Cuarta Generación”.

Es imprescindible sumar los éxitos, aun incipientes, que Argentina vive en materia de lucha contra la dominación mass media, a las luchas que en todo el continente se libran en el mismo sentido. Y esto es urgente. Argentina llega relativamente tarde a las luchas que, por ejemplo, ya se libran en Ecuador, Cuba, Bolivia, Brasil, Venezuela... Es vital contribuir a la construcción de una Corriente Internacional de la Comunicación hacia el Socialismo. Es indispensable dar la batalla de las ideas con base en la batalla de la organización sin los inexplicables sectarismos de la izquierda argentina, sin las pataletas del ego ni las manías del arribismo. Es imprescindible trabajar en un programa socialista de la comunicación basado en una comprensión revolucionaria de las tareas y una intervención semiótica de combate. No hay tiempo que perder. La derecha ya tiene una agenda para revertir los avances logrados.

Necesitamos una Revolución Internacionalista de la Comunicación contra el culto de la vanidad salivosa. Contra todo engendro de prostitución o cursilería. Comunicación contra la palabrería con calenturas patrioteras. Contra los retruécanos eyaculatorios de caballeros o niñas sensibleros, se llamen como se llamen, publiquen lo que publiquen, se premien como se premien. Comunicación necesaria, arma-herramienta de formas nuevas, venidas de la materia, del tiempo y el movimiento en la producción racional y emocional. Comunicación que transforme al mundo... que transforme la vida. No hemos visto todavía la mejor Comunicación y no debemos seguir retrasando su desarrollo.

Necesitamos una Revolución Internacionalista de la Comunicación que expanda e inaugure la conciencia de una humanidad sin clases, sin estado, sin propiedad privada. Comunicación que encienda todas las máquinas amorosas para la resolución de los problemas en la vida práctica, armada también con poesía. Y si logramos una Comunicación “bella” será porque es maravillosa, porque sólo lo maravilloso es bello, y semejante maravilla no puede provenir más que de poner en común nuestra fuerza para construir el futuro.

Por una Corriente Internacionalista de la Comunicación hacia el Socialismo
Por una Cumbre Latinoamericana de los pueblos en materia de Comunicación

Rebelión/Fundación Federico Engels/Universidad de la Filosofía

martes, 13 de octubre de 2009

Asco

Por Juanjo Aguilera

Asco, indignación, vergüenza ajena. Barack Obama ha sido distinguido con el Premio Nobel de la Paz…
“¿Qué has hecho tu para merecer esto?” ¿Qué hemos hecho nosotros para ser humillados de esta manera? ¿Por qué se nos refriega en la cara tanta mentira, por qué se nos trata de inculcar todo el tiempo el cuento de la Cenicienta en versión neoliberal adaptada estilo Hollywood?
¿Acaso está a la altura de la Hermana Teresa de Calcuta, Rigoberta Menchú, Adolfo Pérez Esquivel, el Dalai Lama o Nelson Mandela? ¿Por ser negro y tener una bonita sonrisa?
El líder de la superpotencia que vende más armas y drogas en el mundo, que genera más muerte y miseria en toda la tierra ha sido premiado. ¿Acaso ocurrió y no nos enteramos que la CIA ha dejado de operar en el planeta por su orden? ¿Acaso ha desarmado sus ejércitos? ¿Ha hecho desaparecer sus corporaciones usureras? ¿Ha reparado las vidas de los que su país asesinó para sostener el “sueño americano”? ¿Al menos, se ha puesto al frente del gobierno de los Estados Unidos con la intención de que todo eso suceda?
Demasiadas preguntas de las que todos ya sabemos la respuesta. Parece ser que para muchos lo importante es la imagen; y a esto viene Obama, a limpiar las los charcos de sangre que su antecesor, Bush (¿o era Hitler?), ha dejado inundando toda la tierra. El estómago se revuelve otra vez, nauseas nuevamente. No hay forma de referirse a esto de manera elegante: nos rompen el culo, como siempre, pero ahora nos dicen que nos quieren y tratan de convencernos de que ya no dolerá.

Indignación

Por Ivanna Sol Barbagallo

Indignación. Ese estado alcancé ayer mientras veía el partido Racing-Boca Juniors, con los piedrazos que tiró la hinchada del primero en un corner al segundo. Vergüenza fue lo que sentí minutos más tarde cuando la misma hinchada gritaba cantos xenófobos contra su oponente. Las dos sensaciones se acrecentaron cuando vi un fragmento de un partido de fútbol de Holanda donde queda reflejado el respeto por el juego limpio que tienen en ese país. Un jugador se lesiona y un jugador del equipo contrario patea afuera de la cancha para que detener el partido. Al retomarlo, quien estaba lesionado saca un lateral y, con el afán de devolverle el balón a quien lo tenía antes de que el árbitro pitara, patea en dirección al arquero contrario y comete, sin querer, un gol. Ante los efectos, el equipo que marcó el tanto le deja al oponente que marque un tanto para ponerse en el marcador tal como estaban antes de parar el juego. Los invito a verlo…

La situación me hizo reflexionar varias cosas. En principio, no creo que la violencia provenga del fútbol, ni de ningún deporte, ni siquiera estimo que se derive de las hinchadas. Supongo que tiene que ver con una cuestión cultural, histórica, reflejada en nuestro actuar conjunto, en este caso en equipo, dentro o fuera de la cancha. La situación me hace pensar en que tenemos grandes falencias educativas (no en un sentido clasista). Tampoco lo digo desde una lógica etnocentrista sino respecto de nosotros mismos, quizás mirando hacia atrás. ¿Qué es lo que nos pasó que llegamos matar a alguien por encontrarlo en el equipo contrario de un espectáculo futbolístico? ¿Qué nos pasa cuando dejamos el respeto de lado y miramos al otro como un enemigo? En todo esto, hay un hilo que me permite desenredar la situación y comprenderla cuando lo sigo con la mirada. Miremos retrospectivamente...

Las estructuras sociales nos imponen límites que son ejercidos por las autoridades. Hace por lo menos cinco décadas la situación era distinta respecto de nuestra relación con ellas (radicalmente opuesta): en la familia –como el núcleo básico de la sociedad moderna- las autoridades, los padres, no se ponían en discusión. En consecuencia, caían a cada rato en actitudes autoritarias porque sus veredictos eran las únicas verdades admisibles. Lo mismo podía observarse en las escuelas, donde el maestro era el segundo padre, quien también ejercía modos represivos. Del mismo modo se correspondieron las personas sentadas en el aparato del Estado, que para implementar medidas recurrieron sistemáticamente a algún tipo de coerción. La historia la conocemos, culminó en el golpe de Estado de 1976, el punto álgido de violencia represiva que vivimos como sociedad, que filtró el terror más denso por las vetas capilares de la república. Progresivamente, comenzamos a refutar ese modo de autoridad excesiva, imponente y determinante. (Algunos) comprendimos que hay otras verdades, que quién recibe una orden puede tener un pensamiento propio y negarse o discutirla y promover un intercambio de ideas. Por fortuna, nos volvimos más laxos, nos flexibilizamos. Sin embargo, a veces parece que hoy como sociedad tenemos granos en la cara y nos está cambiando la voz. En la actitud por contradecir ese período oscuro, nos rebelamos ante nuestros padres, nos vamos de la casa dando un portazo. Los rechazamos porque nos avergüenzan en público y es porque estamos dejando atrás el niño, negándolo, vegetando la adolescencia. Quizás estemos atravesando una antítesis para alcanzar una síntesis final, que, en términos hegelianos, sería la negación de la negación (y a su vez la contención de ambas), es decir, la contradicción del adolescente rebelde ante un laissez faire que niega al niño con padres represores. Analicemos...

Todo lo vivimos con extrema intensidad: hoy, la autoridad en la casa está difusa, el niño habla y esboza su opinión sin importar el modo en que lo dice -claro que la responsabilidad no se le puede atribuir al menor-. También, vastos ejemplos de denigración a los maestros se desbordan de las escuelas (algunos videos los vimos en Internet). En las canchas, insultamos al referí cuando el resultado nos disgusta o apedreamos al contrincante cuando somos inferiores y el gobierno es incapaz de generar medidas sin parecer autoritario frente a la opinión pública. Ahora, cuando terminamos con aquella autoridad opresora y constrictora de las múltiples verdades que teníamos que mostrar como la sociedad plural que somos, es cuando menos respeto le tenemos a lo que construimos ¿Por qué no podemos aprovechar la libertad que supimos conquistar como nación -o en mi caso, que heredamos-? Quizás suceda por la sensibilidad extrema que nos quedó en la piel social de las crudas marcas que sembró aquel tipo de autoridad, que con inteligencia mantenemos presente. Lo malo del asunto, es que en éste intento por dejar de aceptar la violencia de arriba corremos el riesgo de convertirnos en nuestros propios tiranos, ya lo dijo Platón en República, todo exceso suele conducir al exceso contrario. Entonces, si nuestra democracia nace por la necesidad de libertad, no la viciemos en excesos lujuriosos de creer que cualquier actitud que nos surja responde a ella. Los actos de violencia colectiva que vivimos no son actos de rebeldía contra el sistema porque no hay lucha por convicción. Sin embargo, la democracia fue levantada con ideales con la intención de que rigiera y despejara del poder al autoritarismo.
Para poner un broche al asunto, creo que fue necesario y positivo pasar a esta etapa donde negamos el período previo pero que, a la vez, tiene costos muy altos si sólo actuamos por excesos (porque sólo perjudican al excesivo). Quizás, una moderación, una forma de saltar hacia una un equilibrio haga que los costos se paupericen. En este sentido considero que no podemos vivir sin un mínimo respeto a las estructuras democráticas reinantes, desde las instituciones formales hasta nuestras pautas sociales, porque son las que con esfuerzo “supimos conseguir”. Aquellas son nuestra creación: aceptarlas implica gozar de la liberación del menstruo golpista y hacernos cargo de los límites que ofrecen para nosotros mismos. Para que eso suceda, la única alternativa que encuentro es la educación como respuesta, que -insisto- no es como algunos creen una cuestión de clase.
Contacto: sadarim.miradas@gmail.com