martes, 28 de junio de 2011

El globo

Por Juanjo Aguilera

Mi hijo volvió de la calle con un globo que le habían regalado. Era azul, con una “carita feliz” y decía “Mauricio 2011”. Me hizo un chiste y me dijo que era el regalo para el día del padre. Seguí la broma y luego de un “gracias” sobreactuado lo arrojé hacia un costado. Él rió.
Al rato se puso un poco más serio y me preguntó: ¿por qué no te gusta Macri?
En ese momento tuve que contenerme. A veces un padre guarda tantas sensaciones… ¿cómo hace uno para no decirle lo que siente?
Me hubiera gustado poder decirle: porque te usa, porque a vos te regala globos porque no sos pobre. Porque si vivieras en la calle hubiera mandado a sus gorilas a golpearnos como lo hizo.
Porque esos pobres a los que golpeó se cagan de hambre para pagar los negocios que hizo durante su fiesta menemista. Les falta un techo porque alguien debe pagar los zapatos que él usa.
¿Cómo se atreve ese tipo? ¿Cómo puede ser alguien tan inescrupuloso? ¿Qué piensa de la gente a la que trata como ignorante e intenta manipularla desde la inocencia de sus pequeños?
¿Qué ocurriría si alguien pateara la panza de su esposa embarazada como lo hizo su personal de la UCEP con una indigente (el embarazo se perdió, de acuerdo a las denuncias) en medio de un desalojo ordenado por él?
Y en este punto me pregunto ¿cómo hay bestias que, conociendo el caso, hacen la vista gorda por lo que pasó y van a votarlo? Gente que apoyaría la destitución inmediata de Cristina si un miembro de su gobierno hubiera hacho algo mucho menor. Asco, vergüenza ajena como porteño.
Pero bien… tuve que recomponer mi gesto y simplificar mi respuesta en un “porque es malo y no defiende a los pobres”. Yo sí me preocupo por mi hijo y sé que aún es muy chiquito para comprender que la gente que sonríe en cámara puede ser muy sucia.
Sería mejor pensar, vos y los que te apoyan, en lo bueno que hubiera sido que le dieras ese regalito tan simpático al chico que no llegó a la vida gracias a tus patadas.
Gracias, pero mi hijo no lo necesita.
Metete el globo en el culo.

Exageración de un fanático

Por Juanjo Aguilera

A veces cuesta entender, porque suena descabellado, que el fútbol es una representación casi teatral de la vida real. Si este criterio es bien comprendido sería muy útil para resolver cuestiones sociales. En esa puesta en escena deportiva muchas veces olvidamos el sentido de los clubes, el origen como entidades sociales.
¿Cómo se hace para llevar al fracaso y a la quiebra a un gigante? ¿Estará la respuesta en lo que todavía quedó de una Argentina con “empresarios” que ocuparon lugares que no les correspondían? ¿Por qué todavía está aceptado que una entidad social se maneje como una empresa?
Intermediarios que venden trabajadores (disfrazados de dioses del deporte) al exterior por millones que, mágicamente, nunca solucionan apremios económicos de los clubes.
Políticos salvadores que impulsan sus intereses desde el lugar que debería ocupar un socio apasionado por su gente y sus colores.
Chicos que vienen y van, que ya no sueñan con salir campeones del mundo con la Selección, sino ser millonarios en Europa con un “gato” enroscado al cuello.
Miles de tipos cagados de hambre celebrando el gesto de un jugador al presidente de un club tras hacer un gol por la disputa de un contrato millonario.
Otros miles de tipos que gritan goles de equipos extranjeros, sin darse cuenta de que esos triunfos significan la derrota de sus barrios, de sus corazones y sus colores.
Un continente (ya no un país) que envía lo mejor que tiene al viejo mundo, para que los reyes formen sus elencos circenses y se deleiten, a cambio de un poco de dinero que disfrutarán unos pocos negociantes.
Derechos de transmisión privados (por suerte hoy cayeron aquí) que hicieron creer a muchos que lo lógico era pagarle a algunos para poder ver lo que era de todos.
Dirigentes dictadores que acomodan el juego y sus jueces a sus intereses personales.
Una linda parodia de la crisis del 2001 en la que todo colapsa, en la que ya nada puede seguir disfrazado, en la que los que llenaron sus bolsillos están ocultos e impunes.
¿Es tan loco el planteo o esto se asemeja a un estilo en decadencia de lo que fueron ciertas “democracias” corruptas latinoamericanas?
A nosotros nos queda aprender que los clubes son nuestros, son sociedades sin fines de lucro (o deben serlo) tal como las pensaron sus fundadores. Son del común de la gente, para beneficio de ese colectivo, y no de unos pocos.
A los más chiquitos les seguiremos diciendo que sueñen, que si el equipo gana o pierde es porque jugó bien o mal, que los Reyes Magos… Papá Noel existe (perdón, había olvidado que cambiamos por la tradición capitalista).
Bueno, tal vez esté exagerando y me guío por mis pasiones. Tal vez mi equipo perdió porque trató mal la pelota. Seguro, estoy equivocado y es solo un juego.
Debo ser yo el que piensa que se cambió la idea de “mente sana en cuerpo sano” para una sociedad, por el concepto de “panza llena corazón contento” para unos pocos.

Buena gente

Por Juanjo Aguilera

Una vez, cuando era apenas estudiante de periodismo, me ofrecieron la posibilidad de comenzar a trabajar en el diario más grande del país. Por suerte tuve una sensación que nunca olvidé al entrar en la redacción: “esto no es un diario, esto parece un banco o una oficina llena de empleados”, pensé. Jamás acerqué una nota, tuve cierto olfato y dignidad, porque yo quería ser “periodista de verdad”.
Siempre les digo a mis alumnos cuando egresan que un periodista es exitoso, como cualquier otra persona, cuando es feliz y se siente bien con lo que hace, más allá de si se encuentra en un medio poderoso o en un kiosco.
Realmente, de corazón, no entiendo como alguien puede desempeñarse en un monopolio que ha hecho negocios desde la dictadura, que ha reconocido la posibilidad de que su dueña esté apropiando hijos secuestrados por los militares. Da asco.
Me pregunto cómo un periodista puede trabajar desde la mentira, difundir información falsa, manipularla u ocultarla para el beneficio de una empresa. Es como si un médico entrara a un hospital para matar.
Cómo hacen para poner la cara en la tv, plasmar su firma en un periódico o soltar la voz en una radio, sea en el rubro que sea, para cobrar un sueldo manchado con sangre mes a mes.
Y no hay escusas, un Hombre o una Mujer, debe tener altura moral para buscar otro empleo sin poner la extorsiva disculpa de “cómo hago para mantener a mi familia si dejo el medio”, cuando hay otras posibilidades de trabajo digno hoy.
Por suerte hay decenas que se fueron, que buscaron otro lugar de trabajo, muchos que pensaron en todos y no en sí mismos. Altura moral.
El concepto de obediencia debida ya nos ha hecho demasiado mal y, por suerte, ya no se trata de la vida en riesgo de quien se atreve a la verdad, sino de ser buena gente.
Contacto: sadarim.miradas@gmail.com