
Siempre les digo a mis alumnos cuando egresan que un periodista es exitoso, como cualquier otra persona, cuando es feliz y se siente bien con lo que hace, más allá de si se encuentra en un medio poderoso o en un kiosco.
Realmente, de corazón, no entiendo como alguien puede desempeñarse en un monopolio que ha hecho negocios desde la dictadura, que ha reconocido la posibilidad de que su dueña esté apropiando hijos secuestrados por los militares. Da asco.
Me pregunto cómo un periodista puede trabajar desde la mentira, difundir información falsa, manipularla u ocultarla para el beneficio de una empresa. Es como si un médico entrara a un hospital para matar.

Y no hay escusas, un Hombre o una Mujer, debe tener altura moral para buscar otro empleo sin poner la extorsiva disculpa de “cómo hago para mantener a mi familia si dejo el medio”, cuando hay otras posibilidades de trabajo digno hoy.
Por suerte hay decenas que se fueron, que buscaron otro lugar de trabajo, muchos que pensaron en todos y no en sí mismos. Altura moral.
El concepto de obediencia debida ya nos ha hecho demasiado mal y, por suerte, ya no se trata de la vida en riesgo de quien se atreve a la verdad, sino de ser buena gente.