Por Matías Noli
Desde hace tiempo que los ojos de América Latina apuntan a Colombia, pero a partir de los últimos sucesos lo único que pueden observar es como se despliega silenciosamente la imagen de la amenaza: la Cancillería colombiana acaba de confirmar el principio de acuerdo para siete bases de Estados Unidos en el país.
Las consecuencias retumbaron mediáticamente en todo el continente y, como era de esperar, dispararon fuegos en todas las direcciones: Uribe no asistió a la cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) en Quito; paralelamente se difundió un oportuno video donde el lider de las FARC hablaba de la supuesta entrega de 400 mil dólares para la campaña electoral de Rafael Correa; en tanto, los gobiernos de Chile, Uruguay, Paraguay y Brasil se pronunciaron con timidez acerca de las bases y decidieron respetar la soberanía colombiana; Perú, en cambio, respaldó la iniciativa con firmeza, mientras que Argentina y Bolivia expresaron una enérgica negativa; Chavez, con su tono habitual radicalizado, gritó que era inminente una ruptura de relaciones con Colombia y que prácticamente le estaban declarando la guerra a Venezuela. Más tarde, por el elevado nivel de tensión que se generó, se programó una sesión extraordinaria del Unasur en Bariloche, a la qué Uribe dijo que sí concurrirá, pero que eso no significará ninguna condición para su acuerdo con Estados Unidos.
Mientras Latinoamérica se divide a sí misma, en Colombia se sigue desarrollando, como desde hace diez años, un plan pensado en el norte, pero que lleva su nombre. El Plan Colombia nace en Washington en 1999, a mediados de la segunda era Clinton, como un proyecto que tenía, por un lado, el objetivo de ayudar militarmente al gobierno para controlar el sur del país y terminar con la guerrilla -las FARC-, y, fundamentalmente, erradicar el narcotráfico del país, que en ese momento era el mayor productor mundial de cocaína; y Estados Unidos, el mayor consumidor. Para la Casa Blanca de entonces Colombia atravesaba “una crisis Narcótica, militar y económica que debía resolverse”.
Hoy, a diez años del lanzamiento del plan y luego de que entre Estados Unidos y Colombia se invirtiera una cifra cercana a los diez mil millones de dólares, la situación es casi idéntica: Colombia sigue siendo el mayor proveedor del mundo de Cocaína, y Estados Unidos es el primer comprador. La diferencia sustancial es que la región se ha convertido en la zona más militarizada de Latinoamérica, con un presupuesto de seguridad que llega al 5 % su producto bruto interno, y donde el ejército norteamericamo se mueve con total libertad: moviliza oficialmente a 800 soldados y 600 civiles, y extraoficialmente a miles de mercenarios de origen extranjero que pertenecen a Sociedades Militares Privadas (SMP). Según el reciente acuerdo, a ese despliegue se le sumará la capacidad de operar en siete bases militares, tres aéreas y cuatro de inteligencia. La primera pregunta que surge es: ¿Por qué Estados Unidos pretende la extensión de un plan que no ha podido satisfacer en lo más mínimo sus objetivos iniciales de terminar con la droga y la guerrilla, sino que, por el contrario, se han sostenido? Las causas, como en todo proyecto imperial, se pueden desdoblar en dos dimensiones posibles que funcionan como interfases: la económica y la geopolítica.
El escritor argentino Leon Pomer, especialista en Historia Latinoaméricana, entiende que la lucha contra el narcotráfico es un formidable pretexto que esconde el posicionamiento del imperio norteamericano en la región: “Toda la experiencia histórica demuestra que las bases de Estados Unidos son bases de poder que pueden eventualmente ser utilizadas contra otros paises; la sola presencia de esas bases es un elemento de agresion”. Uno de los principales países blanco de esa agresión es Venezuela, que comparte 1800 kilómetros de frontera con Colombia. “Sumadas a las de Barbados, la de El Salvador y Honduras –continúa Pomer- las nuevas bases terminan de rodear a Chávez”. De hecho, todas las bases programadas en el acuerdo están en posiciones estratégicas: la de Palanquero, por ejemplo, en la que se invirtirán exclusivamente 46 millones de dólares, permite cubrir todo el área del pacífico y que las aeronaves que despeguen de allí lleguen a culaquier punto cardinal en menos de 15 minutos; o la de Malambo, ubicada a menos de veinte minutos de Caracas y siete de Maracay, la base más importante de Venezuela. El escritor y periodista venezolano Modesto Guerro resalta, en este sentido, que para Estados Unidos es de vital importancia aislar los componentes de la región rebeldes a su poderío: “Para el imeperio es importante que se mantenga contenidio el proceso revolucionario en Venezuela y que no se comunique con las FARC, que aún en su descomposición es una fuerza importante. Cuando los campesinos y los indígenas colombianos dejen de estar pasivos, y comience un proceso revolucionario, puede generar una conexión con Venezuela que es peligrosa.”
Otro de los factores estrictamente geopolíticos del Plan son los recursos naturales y enérgeticos. Para Guerrero “ningún imperio sobrevive sin recursos; para expendirse necesita crear extensiones, condiciones, bases necesarias”. Y una de sus necesidades es el petroleo. “En la Faja del Orinoco –subraya- está la más grande reserva del planeta, que ocupa un 76% del territorio de Venezuela y el resto de Colombia.” Pero ese no es el Único bien deseado. “También busca el agua y la biodiversidad, que significa la riqueza en animales y plantas, sobre todo la Amazonia, que es una fuente inagotable de vegetales terapeúticos que los nativos vienen utilzando hace siglos y que las compañías farmaceúticas lo convierten en pildoritas y lo comercializan por todo el mundo”, completa Pomer.
Hasta aquí las razones políticas y geopolíticas principales que se esconden detrás de una virtual invasión del suelo Latinoamericano por parte de Estados Unidos, en el marco del Plan Colombia. Fuero de eso, lo que existen son dos negocios multimillonarios: la droga y las armas.
El narcotráfico mueve en Estados Unidos alrededor de 200 mil millones de dólares al año, de los cuáles la mitad corresponde exclusivamente a la cocaína, que es en un 72% producida en Colombia. De cada 100 dólares que paga un consumidor final estaodounidense para comprar una cantidad x de la sustancia, 85 se quedan en los bancos del norte y sólo el 2% terminan en el campesino colombiano que la cultiva. Todo el Plan esta inutilmente enfocado en ese 2% que se queda en Colombia para que los esfuerzos no afecten en nada la estructura de la droga, sino que, como indica Guerrero, funcione como regulador de esa millonaria ganancia para Estados Unidos: “Esta interesado en controlar el narcotrafico, ésto es así desde que en los años sesenta se convirtiera en industria el negocio de la droga relacionado con la banca.” La ganancia se genera porque el precio de la cocaína sube desde que sale de Colombia hasta que llega a las calles de Nueva York: pasa por Panama, Guatemala y México, y su valor aumenta 55 veces. Entonces, el dominio de ese mercado se vuelve indispensable. Guerrero postula dos razones: “Como la cadena del negocio mudial de la droga comienza en las calles de Estados Unidos, para ellos hay dos problemas: primero, monopolizar ese flujo de dinero para asegurarse internamente y, en segundo lugar, impedir que el negocio del narcotrafico, como en los años treinta, le sirva a sectores militares de izquierda o a gobiernos de izquierda”. Así Norteamérica logra que queden 100 mil millones de dólares al año puertas adentro y fuera del alance de las fuerzas enemigas.
Por otra lado, el avance militar también tiene su costado ganancial en el negocio de las armas, un punto donde convergen los intereses del ejército colombiano con la fuerza del norte: la industria armamentística como tal necesita un reciclaje permanente del stock, de otra forma se devalúa. Ya que en América Latina no hay situaciones de guerra estable como ocurre en Medio Oriente o en África, se necesitan crear situaciones bélicas para que no disminuyan la tasa de producción, y por extensión la ganancia.“Esa industria no sólo la compone el aparato militar metálico que se manufactura en el norte, es esencialmente una cadena de servicios que incluye, entre otras cosas, el salario. El sueldo de un soldado colombiano es el doble o el triple de cualquier otro latinoamericano porque está en constante estado de guerra: gana 25 mil dolares al mes, cuando uno argentino, por ejemplo, cobra 890 dólares”, indica Guerrero, remarcando uno de los beneficios concretos de la clase militar colombiana.
Entonces, el narcotráfico y las armas funcionan a la vez como causa y como efecto, como problema y como solución, como justificadores de intervenciones militares y como fuentes de ganancias multimillonarias. Al controlar los diferentes polos de esos elementos, Estados Unidos se asegura un cuadro de situación que no sólo es redituable económicamente, sino que su continuidad supone, colateralmente, la posibilidad real de que Estados Unidos se instale en la región y tenga al alcance sus recursos naturales. La interrelación entre la lucha contra la droga y el posicionamiento geopolítico es tal, que en la misma semana que se firmó el principio de acuerdo de las siete bases militares para Estados Unidos, la oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito anunció, con la fuerza de bombos y platillos, que los cultivos de coca en Colombia habían bajado un 18% en relación al 2007, cuando en realidad el decrecimiento no llegaba a cubrir el aumento del 27 % de ese año con respecto al 2006; y si se toman los últimos seis años, del 2003 a hoy, se encuentra una media de 85 mil hectáreas cultivadas, anulando una supuesta baja que no afecta en absoluta una gran estabilidad en el tiempo. Y justamente de eso se trata el Plan Colombia, de estabilidad: mientras se puedan sostener en el tiempo, el espacio, y en el imaginario del pueblo latinoamericano, la figura de la droga como un negocio perpetuamente combatido, y la guerrilla como una amenaza terrorista que es causa todos los males, quedará sellada una pantalla circular que encierra acciones imperiales; una falsa imagen, que silenciosamente se despliega por el continente.
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